“Las actitudes son más importantes que las aptitudes”. Winston Churchill.
En el lenguaje corriente, los términos: ética y
moral se manejan de manera ambivalente, es decir, se toman como sinónimos o con
igual significado. Sin embargo, bajo un análisis más inteligente, entre ellos
existen muchas similitudes; aunque al igual, hay profundas diferencias.
Si bien por antonomasia, las raíces se acercan al
mismo origen, es ‘la costumbre’, la que da una verdadera significancia a la
forma cómo se va aclarando el concepto, con el paso del tiempo.
La moral es aquel conjunto de valores, principios,
normas de conducta, prohibiciones, entre otras, de un colectivo que forma un
sistema coherente dentro de una determinada época histórica y que sirve como
modelo ideal de buena conducta, socialmente aceptada y debidamente establecida.
Así, aun cuando ambas, la moral y la ética son
disciplinas normativas que definen el bien y el mal que están por encima de lo
físico y que encaminan al individuo hacia la aplicación de los valores, ellas
son básicamente diferentes en lo siguiente:
ü La ética reposa en la razón, y depende de
la filosofía; tiende a ser universal, por la abstracción de sus principios y se
relaciona con el conjunto de normas que vienen del interior del individuo.
ü La moral por su parte, se apoya en las
costumbres; tiende a ser particular debido a la concreción de sus objetos y
además, está regida por un conjunto de normas que provienen del exterior, o
sea, están dadas por el entorno social que las impone como válidas.
Ahora bien, se acepta que un comportamiento es
moralmente aceptable, cuando se ajusta a lo prescrito por el conjunto de normas
que conforman un código moral.
Según esto, el carácter fundamental de la moral
está basado en la obligación, pues su desacato conlleva la imposición de
sanciones y su obediencia, integra y conduce a su aceptación.
De otro lado, la ética procura dar explicación al
contexto de las normas morales. Ella expresa su origen histórico, su influencia
social, su validez y fundamentación dentro de los diferentes sistemas
políticos, filosóficos, religiosos o corporativos.
Se colige entonces que la ética conforma la teoría
explicativa de la moral. Es más, como no existe una única moral universalmente
válida, está en manos de la ética comparar y explicar, los diferentes factores
sociales o religiosos que dieron lugar a su implantación.
Se afirma que la moral es subjetiva, por cuanto su
validez depende de la aceptación del observador y su validez en el fondo, está
asociada con un problema de creencias.
En cambio, la ética por sí misma, busca explicar y
justificar objetivamente los diversos sistemas morales, a partir de
antecedentes, hechos, condiciones y relaciones sociales concretas y
comprobables que marcan las diferencias.
En el proceso de distinción entre ética y moral,
en principio existen tres niveles:
1. En el primer nivel está la Moral, esto es, las
normas que rigen los comportamientos, cuyo origen es externo al individuo y
contienen una acción impositiva hacia el sujeto.
2. En el segundo, está la ética conceptual,
compuesta por el conjunto de normas que tienen un origen interior en la mente
del individuo, las cuales pueden coincidir o no con la moral establecida, cuya
principal característica, es su carácter íntimo, autónomo y fundamental.
3. El tercer nivel se encuentra la ética
axiológica que es aquel conjunto de normas de conducta, propias de las
personas, obtenidas a raíz de su reflexión sobre la jerarquización y valía de
los valores.
La moral
El término moral, etimológicamente, proviene de la
palabra latina "mores" que
significa la costumbre, proveniente del griego, “mos-moris”.
Es el nivel de apropiación del comportamiento
donde se encuentran inmersos los sentimientos, las tradiciones y el carácter.
La Moral tiene una significación más amplia que el
vocablo de la ética, pues en tal caso, es todo lo que se somete a todo valor,
mientras antagónicamente, inmoral, es lo que se opone a todo valor y amoral,
implica que carece de moral, como por ejemplo, los actos reflejos que no pueden
ser evaluados ni como buenos, ni como malos.
Fiedrich Hegel filósofo alemán (1770-1831) ha
distinguido dos tipos de moralidad, él consideró que ante la moral: “La mera buena voluntad es subjetiva e
insuficiente; se hace menester que la buena voluntad no se pierda en sí misma,
o si se quiere, no se tenga simplemente la conciencia de que se aspira al bien.
Como el cumplimiento del deber, es abstracta, para que ésta llegue a ser
concreta, es preciso que se integre a la obediencia de la ley moral, la cual se
manifiesta como objetiva, a través de las normas, leyes y costumbres de la sociedad”.
Todo ser humano tiene sentido moral y conciencia
moral. El primero dice lo que está bien o mal, moralmente hablando. La segunda,
es la valoración que da la moralidad sobre un acto concreto.
Desde el punto de vista moral, para lograr una
sana convivencia, es necesario que predominen comportamientos orientados hacia
el armónico desarrollo de la vida individual y social.
Dicha tendencia se la debe imponer el individuo
con carácter habitual y permanente, para así calificar sus propias acciones, constituyendo
por este medio, el sentido moral individual.
Las acciones del hombre, sean estas instintivas o
habituales, espontáneas o reflexivas, son los elementos básicos, constitutivos
de la conducta.
El sentido moral, es el resultado de una evolución
psicológica, cuyos factores integrales son de tipo intelectual, emocional y
volitivo.
El intelecto o razón, juzga, aprueba o desaprueba
el acto; el elemento emocional-afectivo da la respuesta que emana de los
sentimientos y el volitivo, en general, tiene una tendencia natural, hacia el
bien.
El comportamiento está constituido por acciones, y
son éstas las que llegan a señalar la tendencia de la moralidad. El sentido
moral es vivencial, pues solo puede ser conocido mediante la experiencia de lo
vivido y aprendido.
Se reconoce entonces que los valores morales
perfeccionan al individuo íntimamente, haciéndolo más humano y lo dotan de
mayor calidad como persona.
Los mismos surgen en el individuo por influjo del
ejemplo y la enseñanza desde el seno de la familia, ya que allí se incluyen los
principios morales tales como observancia, respeto, tolerancia, honestidad,
responsabilidad, trabajo y lealtad, entre tantos otros.
Para que se dé esta transmisión de valores, es de
vital importancia la calidad de las relaciones con las personas más
significativas en la vida de cada uno: padres, hermanos, parientes y
posteriormente amigos, maestros, vecinos y demás personas relacionadas.
Es además definitivo el modelo de actuación que
dichas personas significativas muestran al niño, de forma que exista una debida
coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Por ejemplo, fe es la virtud que permite creer y
confiar en lo que otros afirman, es la verdadera convicción, el soporte de la
credibilidad, de la lealtad y de la fidelidad, ventajas que se otorgan a los
demás, en grado sumo.
La buena fe, es entonces el predicado de la
integridad, de la justicia y de la honestidad y es la preocupación que mueve la
colaboración, pues se opone a la mala fe o a cualquier intención malvada. Ella,
se convierte en el axioma fundamental del deber, para asumir las propias
obligaciones.
El obrar con lealtad o de buena fe, muestra que el
individuo cumple de forma activa y con honestidad, es congruente con un
determinado nivel de ética, el mismo recomendado por las sanas costumbres
sociales, las cuales representan en el fondo, las más correctas formas morales
establecidas por la comunidad.
Así, los usos sociales y las buenas costumbres
morales que imperan en cualquier sociedad civilizada, son las piedras angulares
que sirven caso a caso, para apreciar el alcance de la buena fe o por lo
contrario, las consecuencias derivadas de la ausencia de ella.
La buena fe, no se relaciona con aspectos de
ignorancia o de inexperiencia, sino con el franco rechazo al fraude, al engaño,
al astuto ocultamiento de la verdad, lo en resumen no es otra cosa que la eliminación
de ciertas prácticas de conductas lesivas frente a los demás.
La buena fe, es sinónimo una forma de actuar leal,
recta y honrada. Este concepto se entiende mucho mejor, cuando piensa en el
funesto significado de su opuesto, o sea, el actuar con la mala fe.
En general, obra mal quien pretende sacar
provecho, beneficios o utilidad de los demás, sin aplicar una suficiente dosis
de probidad o pulcritud en favor de aplicar las buenas costumbres.
Por lo tanto, la mentira como una actitud
rechazable, sólo se llega a admitir para justificar exiguas razones, vinculadas
con la más necesaria y estricta autoprotección individual o con la prevención
de mayores males, sobre todo, cuando se usa en la búsqueda de resguardo general
que aunque no del todo plenamente justificada, se atenúa su empleo, si con su
presencia se producen muchos más beneficios que los perjuicios que se dan ante
su ausencia.
Desde siempre, grandes pensadores han rechazado la
mentira, sobre todo, cuando va en contra del interés público, pues admitirla
produce una atmósfera asfixiante, socando la confianza de todos, puesto que la
presencia de la fe y la confianza en los demás, son las condiciones básicas
para lograr una sana convivencia dentro de una ordenada sociedad.
Las comunidades, sólo pueden funcionar, bajo una
clara presunción de probidad, debido a que no existe un vínculo más fuerte, o
que solidarice más a los hombres que la existencia de la absoluta confianza,
producida en justificación de las palabras entre ellos intercambiadas.
Allí, en el fondo, subyace la verdadera
importancia del reconocido: “valor de la palabra”.
Está claro entonces que la buena fe, rechaza la
mentira, el engaño, el fraude, la malversación, la falsedad, la deslealtad, el
embuste y todas las demás manifestaciones de naturaleza lesiva o nociva.
Como se reconoce fácilmente, tanto ahora, como
desde hace muchos lustros, el derecho a la verdad y a la lealtad, repele la
mentira y la deshonestidad que como ley natural, ha sido ya reconocida por los
principios generales del derecho de los pueblos y resulta de común aceptación,
ello, en pro de una nítida confianza para obtener una mejor convivencia entre
los seres humanos.
Los anti-valores denigran las relaciones humanas y
socaban la confianza. Las causas de su presencia son diversas y en muchos casos
combinadas.
Se destacan el egoísmo, la mala influencia de
ciertos medios de información, los conflictos familiares, los padres
irresponsables, la pobreza y muchos otros comportamientos negativos
adicionales.
Pero sobre todo ello, es el mal funcionamiento del
sistema educativo, desvinculado de las necesidades del individuo, el que no
destaca la necesidad de cumplir con los deberes y la moralidad, y resulta
negligente en la valoración de aspectos como el engaño, la agresividad, la
envidia, entre otros, como producto de una clara inconsciencia moral, en la
formación de la persona.
El hombre
recto que respira verdad, a través de su vida, va tomando decisiones
y realizando actos. La repetición de ciertos actos, genera hábitos y ambos
determinan las actitudes. De este modo, el hombre viviendo, se va haciendo a sí
mismo.
Tanto el carácter, como la personalidad son obra del
mismo hombre, su tarea moral de formar su propio carácter probo, para toda la
vida.
El carácter rige la conducta y ésta, por medio de
sus acciones, llega a señalar la tendencia de la moralidad inherente a cada
uno.
Los instintos y las pasiones, entorpecen la
formación del sentido moral, ambos son resultado de impulsos momentáneos,
carentes de razón en su inicio y por tanto, no están subordinados al
discernimiento.
“El impulso instintivo de
naturaleza inconsciente no puede confundirse con el razonamiento intelectual”. Anónimo
Fuente: Mi libro: “UN SENDERO A LONTANANZA”.
Registro de Propiedad
Intelectual DNDA: 10-427-242
Autor: Daniel García Vanegas.
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