martes, 13 de mayo de 2014

ÉTICA Y MORAL (I)

“Las actitudes son más importantes que las aptitudes”. Winston Churchill.

En el lenguaje corriente, los términos: ética y moral se manejan de manera ambivalente, es decir, se toman como sinónimos o con igual significado. Sin embargo, bajo un análisis más inteligente, entre ellos existen muchas similitudes; aunque al igual, hay profundas diferencias.

Si bien por antonomasia, las raíces se acercan al mismo origen, es ‘la costumbre’, la que da una verdadera significancia a la forma cómo se va aclarando el concepto, con el paso del tiempo.

La moral es aquel conjunto de valores, principios, normas de conducta, prohibiciones, entre otras, de un colectivo que forma un sistema coherente dentro de una determinada época histórica y que sirve como modelo ideal de buena conducta, socialmente aceptada y debidamente establecida.

Así, aun cuando ambas, la moral y la ética son disciplinas normativas que definen el bien y el mal que están por encima de lo físico y que encaminan al individuo hacia la aplicación de los valores, ellas son básicamente diferentes en lo siguiente:

ü  La ética reposa en la razón, y depende de la filosofía; tiende a ser universal, por la abstracción de sus principios y se relaciona con el conjunto de normas que vienen del interior del individuo.

ü  La moral por su parte, se apoya en las costumbres; tiende a ser particular debido a la concreción de sus objetos y además, está regida por un conjunto de normas que provienen del exterior, o sea, están dadas por el entorno social que las impone como válidas.

Ahora bien, se acepta que un comportamiento es moralmente aceptable, cuando se ajusta a lo prescrito por el conjunto de normas que conforman un código moral.

Según esto, el carácter fundamental de la moral está basado en la obligación, pues su desacato conlleva la imposición de sanciones y su obediencia, integra y conduce a su aceptación.

De otro lado, la ética procura dar explicación al contexto de las normas morales. Ella expresa su origen histórico, su influencia social, su validez y fundamentación dentro de los diferentes sistemas políticos, filosóficos, religiosos o corporativos.

Se colige entonces que la ética conforma la teoría explicativa de la moral. Es más, como no existe una única moral universalmente válida, está en manos de la ética comparar y explicar, los diferentes factores sociales o religiosos que dieron lugar a su implantación.

Se afirma que la moral es subjetiva, por cuanto su validez depende de la aceptación del observador y su validez en el fondo, está asociada con un problema de creencias.

En cambio, la ética por sí misma, busca explicar y justificar objetivamente los diversos sistemas morales, a partir de antecedentes, hechos, condiciones y relaciones sociales concretas y comprobables que marcan las diferencias.

En el proceso de distinción entre ética y moral, en principio existen tres niveles:

1. En el primer nivel está la Moral, esto es, las normas que rigen los comportamientos, cuyo origen es externo al individuo y contienen una acción impositiva hacia el sujeto.

2. En el segundo, está la ética conceptual, compuesta por el conjunto de normas que tienen un origen interior en la mente del individuo, las cuales pueden coincidir o no con la moral establecida, cuya principal característica, es su carácter íntimo, autónomo y fundamental.

3. El tercer nivel se encuentra la ética axiológica que es aquel conjunto de normas de conducta, propias de las personas, obtenidas a raíz de su reflexión sobre la jerarquización y valía de los valores.


La moral

El término moral, etimológicamente, proviene de la palabra latina "mores" que significa la costumbre, proveniente del griego, “mos-moris”.

Es el nivel de apropiación del comportamiento donde se encuentran inmersos los sentimientos, las tradiciones y el carácter.

La Moral tiene una significación más amplia que el vocablo de la ética, pues en tal caso, es todo lo que se somete a todo valor, mientras antagónicamente, inmoral, es lo que se opone a todo valor y amoral, implica que carece de moral, como por ejemplo, los actos reflejos que no pueden ser evaluados ni como buenos, ni como malos.

Fiedrich Hegel filósofo alemán (1770-1831) ha distinguido dos tipos de moralidad, él consideró que ante la moral: La mera buena voluntad es subjetiva e insuficiente; se hace menester que la buena voluntad no se pierda en sí misma, o si se quiere, no se tenga simplemente la conciencia de que se aspira al bien. Como el cumplimiento del deber, es abstracta, para que ésta llegue a ser concreta, es preciso que se integre a la obediencia de la ley moral, la cual se manifiesta como objetiva, a través de las normas, leyes y costumbres de la sociedad”.

Todo ser humano tiene sentido moral y conciencia moral. El primero dice lo que está bien o mal, moralmente hablando. La segunda, es la valoración que da la moralidad sobre un acto concreto.

Desde el punto de vista moral, para lograr una sana convivencia, es necesario que predominen comportamientos orientados hacia el armónico desarrollo de la vida individual y social.

Dicha tendencia se la debe imponer el individuo con carácter habitual y permanente, para así calificar sus propias acciones, constituyendo por este medio, el sentido moral individual.

Las acciones del hombre, sean estas instintivas o habituales, espontáneas o reflexivas, son los elementos básicos, constitutivos de la conducta.

El sentido moral, es el resultado de una evolución psicológica, cuyos factores integrales son de tipo intelectual, emocional y volitivo.

El intelecto o razón, juzga, aprueba o desaprueba el acto; el elemento emocional-afectivo da la respuesta que emana de los sentimientos y el volitivo, en general, tiene una tendencia natural, hacia el bien.

El comportamiento está constituido por acciones, y son éstas las que llegan a señalar la tendencia de la moralidad. El sentido moral es vivencial, pues solo puede ser conocido mediante la experiencia de lo vivido y aprendido.

Se reconoce entonces que los valores morales perfeccionan al individuo íntimamente, haciéndolo más humano y lo dotan de mayor calidad como persona.

Los mismos surgen en el individuo por influjo del ejemplo y la enseñanza desde el seno de la familia, ya que allí se incluyen los principios morales tales como observancia, respeto, tolerancia, honestidad, responsabilidad, trabajo y lealtad, entre tantos otros.

Para que se dé esta transmisión de valores, es de vital importancia la calidad de las relaciones con las personas más significativas en la vida de cada uno: padres, hermanos, parientes y posteriormente amigos, maestros, vecinos y demás personas relacionadas.

Es además definitivo el modelo de actuación que dichas personas significativas muestran al niño, de forma que exista una debida coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Por ejemplo, fe es la virtud que permite creer y confiar en lo que otros afirman, es la verdadera convicción, el soporte de la credibilidad, de la lealtad y de la fidelidad, ventajas que se otorgan a los demás, en grado sumo.

La buena fe, es entonces el predicado de la integridad, de la justicia y de la honestidad y es la preocupación que mueve la colaboración, pues se opone a la mala fe o a cualquier intención malvada. Ella, se convierte en el axioma fundamental del deber, para asumir las propias obligaciones.

El obrar con lealtad o de buena fe, muestra que el individuo cumple de forma activa y con honestidad, es congruente con un determinado nivel de ética, el mismo recomendado por las sanas costumbres sociales, las cuales representan en el fondo, las más correctas formas morales establecidas por la comunidad.

Así, los usos sociales y las buenas costumbres morales que imperan en cualquier sociedad civilizada, son las piedras angulares que sirven caso a caso, para apreciar el alcance de la buena fe o por lo contrario, las consecuencias derivadas de la ausencia de ella.

La buena fe, no se relaciona con aspectos de ignorancia o de inexperiencia, sino con el franco rechazo al fraude, al engaño, al astuto ocultamiento de la verdad, lo en resumen no es otra cosa que la eliminación de ciertas prácticas de conductas lesivas frente a los demás.

La buena fe, es sinónimo una forma de actuar leal, recta y honrada. Este concepto se entiende mucho mejor, cuando piensa en el funesto significado de su opuesto, o sea, el actuar con la mala fe.

En general, obra mal quien pretende sacar provecho, beneficios o utilidad de los demás, sin aplicar una suficiente dosis de probidad o pulcritud en favor de aplicar las buenas costumbres.

Por lo tanto, la mentira como una actitud rechazable, sólo se llega a admitir para justificar exiguas razones, vinculadas con la más necesaria y estricta autoprotección individual o con la prevención de mayores males, sobre todo, cuando se usa en la búsqueda de resguardo general que aunque no del todo plenamente justificada, se atenúa su empleo, si con su presencia se producen muchos más beneficios que los perjuicios que se dan ante su ausencia.

Desde siempre, grandes pensadores han rechazado la mentira, sobre todo, cuando va en contra del interés público, pues admitirla produce una atmósfera asfixiante, socando la confianza de todos, puesto que la presencia de la fe y la confianza en los demás, son las condiciones básicas para lograr una sana convivencia dentro de una ordenada sociedad.

Las comunidades, sólo pueden funcionar, bajo una clara presunción de probidad, debido a que no existe un vínculo más fuerte, o que solidarice más a los hombres que la existencia de la absoluta confianza, producida en justificación de las palabras entre ellos intercambiadas.

Allí, en el fondo, subyace la verdadera importancia del reconocido: “valor de la palabra”.

Está claro entonces que la buena fe, rechaza la mentira, el engaño, el fraude, la malversación, la falsedad, la deslealtad, el embuste y todas las demás manifestaciones de naturaleza lesiva o nociva.

Como se reconoce fácilmente, tanto ahora, como desde hace muchos lustros, el derecho a la verdad y a la lealtad, repele la mentira y la deshonestidad que como ley natural, ha sido ya reconocida por los principios generales del derecho de los pueblos y resulta de común aceptación, ello, en pro de una nítida confianza para obtener una mejor convivencia entre los seres humanos.

Los anti-valores denigran las relaciones humanas y socaban la confianza. Las causas de su presencia son diversas y en muchos casos combinadas.

Se destacan el egoísmo, la mala influencia de ciertos medios de información, los conflictos familiares, los padres irresponsables, la pobreza y muchos otros comportamientos negativos adicionales.

Pero sobre todo ello, es el mal funcionamiento del sistema educativo, desvinculado de las necesidades del individuo, el que no destaca la necesidad de cumplir con los deberes y la moralidad, y resulta negligente en la valoración de aspectos como el engaño, la agresividad, la envidia, entre otros, como producto de una clara inconsciencia moral, en la formación de la persona.
El hombre recto que respira verdad, a través de su vida, va tomando decisiones y realizando actos. La repetición de ciertos actos, genera hábitos y ambos determinan las actitudes. De este modo, el hombre viviendo, se va haciendo a sí mismo.

Tanto el carácter, como la personalidad son obra del mismo hombre, su tarea moral de formar su propio carácter probo, para toda la vida.

El carácter rige la conducta y ésta, por medio de sus acciones, llega a señalar la tendencia de la moralidad inherente a cada uno.

Los instintos y las pasiones, entorpecen la formación del sentido moral, ambos son resultado de impulsos momentáneos, carentes de razón en su inicio y por tanto, no están subordinados al discernimiento.

“El impulso instintivo de naturaleza inconsciente no puede confundirse con el razonamiento intelectual”. Anónimo


Fuente: Mi libro: “UN SENDERO A LONTANANZA”.

Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242

Autor: Daniel García Vanegas.

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