EL EGO (I)
“El ego, es un
mono que salta a través de la selva totalmente fascinado por el reino de los
sentidos, que cambia de un deseo a otro, de un conflicto a otro, de una idea
centrada en sí misma a la siguiente. Si lo amenazas, realmente teme por su
vida. Deja partir a ese mono. Deja partir los sentidos. Deja partir los deseos.
Deja partir los conflictos. Deja partir las ideas. Deja partir la ficción de la
vida y de la muerte. Permanece simplemente en el centro, observando. Y después
olvídate que estás en él”. Lao Tsé.
Si bien las
enseñanzas védicas indican que hay un Ego Divino que es el profundo conocimiento
de la verdadera individualidad, esto es, la Presencia del ‘Yo Soy’; o el Yo
Superior del hombre, para el criterio práctico de la cultura de occidente, es
mucho más conocido y reconocido el concepto del ‘Ego Humano’, marcado por la
constante presencia vivencial de la actuación de la mente, la que a la vez conlleva
la relación cuerpo-mente.
En un breve
intento de definición, la palabra Ego
proviene del latín y significa ‘Yo’, que se asocia con la conciencia en el
hombre, la cual manifiesta su profunda identidad del “Yo soy Yo”, o sea,
traduce el sentimiento interino de la cualidad o condición del simple “Yo soy”,
de donde parte el axioma fundamental de la filosofía hermética, que expresado
en latín dice: Ego sum qui sum, o
sea, “Yo soy, el que soy”.
La filosofía
esotérica enseña la existencia de dos egos en el hombre: el mortal o personal,
y el superior, divino e impersonal. Al primero le asimila con la
“Personalidad”, y al segundo, le asocia con la “Individualidad”.
El ego superior
o interno para los vedas, es el Manas o “Quinto Principio”, corresponde a la
individualidad permanente que reencarna, considerado el ‘Ego divino’,
impersonal, individual e imperecedero, ya que permanece en estrecha unión con
el Manas o principio mental, sin el cual, no es Ego en modo alguno, sino sólo,
es el vehículo del alma o Âtman.
Así que ‘egoidad’,
voz derivada de la palabra Ego
significa ‘individualidad’, más nunca “personalidad”, ya que su sentido preciso,
es contrario al de “egoísmo”, que es la condición distintiva por excelencia, de
la personalidad.
Por su parte, el
Ego inferior o personal, al que se hace asidua referencia en la cultura
occidental, habla del hombre físico en unión con su Yo inferior, esto es,
contempla las pasiones, los deseos y los instintos animales, que obran por
medio del cuerpo físico, sombra, su fantasma o doble, y al que se refiere
preferentemente la exposición que se presenta más adelante.
La
característica básica del ego personal, es el egoísmo, asemejado al inmoderado
y excesivo amor que cada uno tiene a sí mismo y que hace atender únicamente sus
propios intereses, sin cuidar debidamente del bien ajeno.
Empero, algunos
confunden el egoísmo con el egotismo, en lenguaje corriente. Se da éste último
nombre, a la costumbre de dar excesiva importancia a lo concerniente a la
propia persona, aunque en realidad, significa tener plena conciencia de la
confluencia del ‘Yo’, tanto del ser personal, como del espiritual.
Para mayor
claridad, Egotismo es entonces, el principio en virtud del cual se adquiere el
sentimiento de la propia personalidad; incluye al Yo espiritual, esto es, el
ente que obra, goza, sufre, etc., refiriendo todas las acciones reflejas
inherentes al Yo, incluido ese ente que permanece inactivo e inmutable, como un
mero espectador de todos los actos de la vida.
Ahora bien, para
el ego personal, las creencias son la alimentación de la mente, que se nutre
con toda aquella información disponible, para luego procesarla, en especial
sobre cómo funciona la realidad, cómo el observador se percibe sí mismo y sobre
el modo cómo él cree, que es el Ser Superior.
Ellas hacen que
el conjunto de todo aquello concebido, se convierta en el flujo de las
emociones recreadas por la vida y que suceden alrededor de cada uno, las cuales
se reflejan en sentimientos positivos o negativos. Estos a su vez, inducen
hacia la generación de pensamientos optimistas o pesimistas, los mismos que
determinan que el tipo de decisiones que se toman, sean estas acertadas o
equivocadas.
Es decir, en el
fondo, son las creencias las que determinan si se es feliz o se vive frustrado.
Componen las
creencias, toda esa mezcla de informaciones falsas y verdaderas, que incluyen
dogmas, desinformación, propaganda y limitaciones mentales, las que están
implantadas en el subconsciente y en realidad determinan la clase de personalidad
y el carácter individual, puesto que ellas influyen en las decisiones, que al
igual, marcan las conductas.
Son dichas
convicciones, las que filtran, modifican, rechazan o reprimen, la suma de
aquella información que busca llegar hasta lo profundo de la consciencia. En su
trasegar, su interpretación distorsiona la percepción que se tiene de la
realidad y por tanto, crean un modelo individual deformado de la manera cómo se
presenta la obra de la vida, en el tinglado de la existencia.
Las creencias,
han sido implantadas en la mente, a partir de la información recibida desde la
más tierna infancia, permanentemente alimentadas por las herencias recibidas a
través de las cuatro fuerzas básicas de correspondencia del aprendizaje.
En primer lugar,
de las características y limitaciones que se heredaron desde el lugar y momento
de nacimiento, de la religión predominante, de la cultura, del entorno, de la
organización social y económica, las cuales a su vez, determinan las normas y
leyes morales que el sujeto asume como propias.
En segundo
lugar, de las creencias implantadas por los padres y relacionados más cercanos,
que en general, que son las mismas que ellos heredaron de sus propios padres y
de todas las generaciones anteriores, así que todo aquello, determina las
ideologías asumidas sobre aspectos como la soledad y la compañía.
En tercer lugar,
se alimentan de la herencia provista por la línea genética, la cual determina
las características físicas, motrices y funcionales del organismo, así como las
capacidades físicas, de inteligencia, el razonamiento y la intuición, de modo
que esto afirma las certidumbres y concepción que sobre la salud y la
enfermedad corporal, asumida por cada individuo.
Por último, se
nutre de los recursos heredados por el simple hecho de nacer en el seno de una
familia, tribu y sociedad, evento que al final determina la capacidad de
manifestación, el linaje, la clase social y económica asociadas, lo que por
ende, define las creencias predominantes sobre los conceptos de escasez y abundancia.
Como se indicó,
éste tipo de información resulta implantada desde la niñez, de forma moldeable
e inconsciente y sucede en momentos, cuando aún el individuo resulta incapaz de
discernirla, y por tanto, es aceptada sin condicionamiento alguno, ello es
reforzado con el hecho que la información proviene de los seres queridos,
aceptándola toda como verdadera y sin discusión.
Pues bien, ya
como adulto, la función pensante del observador le debe inducir a verificar por
medio de mecanismos de prueba y error, si el cúmulo de la información recibida,
que es la misma que fundamenta la identidad, el carácter y la visión de la
realidad, es en realidad falsa o verdadera.
Se puede
discernir al respecto, sólo si se reflexiona sobre los resultados que ellas
producen en el funcionamiento de la vida, al comparar si las decisiones que se
toman en el día a día, están fundamentadas en el sistema de creencias heredadas
o no.
Si los
resultados que se obtienen son de conflicto, causando pérdida de energía vital,
enfermedad, depresión o sufrimiento, entonces, esa información que se creía
verdadera, es realmente falsa, puesto que sólo lo falso, genera sufrimiento.
Por lo
contrario, si los resultados que se obtienen son de armonía, abundancia, salud,
buena compañía, paz interior y gozo, se puede tener la certeza que la
información que se utiliza como base para la toma de decisiones y que marca la
conducta, es verdadera, puesto que sólo lo verdadero, genera armonía.
Empero, las
creencias, son las fundaciones que conforman el ego, ese pequeño cretino,
egoísta e inquieto parlanchín, que acompaña a todos los seres humanos.
El ego, es el
fundamento de la personalidad, que incluye todos los factores temperamentales,
familiares, sociales y culturales adquiridos. Es la parte del ‘Yo’, que más
permite ser identificada por el individuo, aun a costa de dejar por fuera del
baile, otras partes del Ser que no se reconocen, o que permanecen en estados
inconscientes, las que en general integran, aquello que en un argot popular, se
conoce como ‘sombra’, como se verá más adelante.
A nivel
psicológico, la personalidad, se forma gracias a la memoria. Es la memoria de
todo lo hecho y vivido, la que forma la imagen de sí mismo. Y para construir
esta ‘máscara’, que no es otra cosa que el significado implícito de la palabra
“persona”, desde niño se abandona la natural espontaneidad, para amoldarse a
aquello heredado que se considera correcto, eventos que suceden a partir de las
enseñanzas impartidas por el medio social.
El ego es la
ventana holográfica que por medio de su peculiar modo de ver, interpreta el
ambular del mundo exterior, convirtiendo una cualidad por cuenta de la dualidad
o de su simple interpretación.
Pero igual el
observador puede rebelarse a ello, puesto que la identidad puede consolidarse
en muchos sentidos. Esa identidad a la que se llama ‘Yo’, no es más que el ego,
que desde afuera aparece como una entidad única, pero que por dentro, responde
a una maraña de pugnas, donde pujan diferentes y altisonantes voces en
conflicto, que luchan todas por ejercer el control.
Sí, ‘el
control’, es el poder que fundamentalmente persigue detentar el ego, pues él
resulta desesperadamente necesario para que imaginariamente no se sucumba ante
tantos y tan numerosos enemigos internos y externos.
Se trata
naturalmente de una batalla perdida antes de siquiera iniciarla, puesto que el
hecho de pretender controlar lo que sucede, es una ilusión, y además, aquel que
pretende controlar, también es un iluso, ya que en el fondo, sólo es la
representación temporal de un personaje que ha estado desde siempre destinado a
desaparecer, circunstancia que sucede indefectiblemente, una vez acabe la
función, baje el telón y sobrevenga la muerte.
La enfermedad,
al igual que la pobreza y la soledad, son correspondencias del debido proceso
de aprendizaje, las cuales generan experiencias de sufrimiento y depresión.
Cuando se busca dejar de sufrir para encontrar la felicidad, se inicia un
proceso de indagación sobre las causas que generan tal situación, ello con la
idea de intentar encontrar el modo en que no se repitan, y es en ese proceso,
cuando se encuentra que todas las causas posibles, reposan en la mente.
Las conductas
ácidas y el egoísmo, son un modelo equivocado de cómo funciona la realidad, es
desde allí, cuando el observador toma una visión distorsionada de sí mismo y de
la carencia de su propio poder, situación que destruye la auto estima y la
confianza interior, lo cual al mismo tiempo, genera hábitos auto destructivos,
visualización negativa y sobre preocupancia por el futuro, que son acompañados
por sentimientos negativos, pensamientos auto destructivos, comida malsana que
genera enfermedad, pretensiones de cambiar a los demás, critica implacable de
los amigos y seres queridos, todo como resultado de una mente estancada en el
pasado, o de estados de culpa, vergüenza, tristeza y pena, entre otros muchos.
De esta manera,
al reflexionar sobre los resultados que se obtienen, por medio del mecanismo de
prueba y error, se puede acumular un suficiente grado de comprensión sobre los
factores que crean orden y no caos en la vida.
“El ego
personal, es el actor protagónico de la ‘mascarada’ que continuamente se
presenta en el teatro de la vida humana” Sinned Norbeh.
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Autor: Daniel García Vanegas.
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