LA ARCANA MANIOBRA
“Para poder ir a algún lado, primero tenemos que saber dónde estamos”. Séneca.
Los historiadores con
inclinación cristiana dan poca o ninguna pista del tumulto de situaciones
complejas acaecidas en aquellos tiempos, mientras se dedican a
hacer una parodia en la cual presentan a Constantino como adalid de un ejército
guiado bajo una cruz asociada con el símbolo del Dios Cristiano y para efectos míticos prácticos, levitan en el aire a Constantino,
colocándolo en el centro de un altar, muy alejado de todos los eventos
socio-políticos que sucedían a su alrededor.
Con un
Constantino originalmente inducido hacia el monoteísmo por cuenta de su original
creencia del tradicional ‘Dios Sol
Invictus’, él asumió que la imagen de un sólo Dios, tal vez el mismo seguido
por los Cristianos que debía convertirse en el Ser Supremo de quién dependiera
el ‘bienestar del Estado Romano’; en consecuencia bajo su tutela, se concedieron
una serie de derechos y se dio mayor tolerancia a los credos monoteístas a
través del todo el imperio, para así establecer en debida forma, un nuevo
‘patrono divino’ para el estado.
En éste punto,
vale la pena resaltar que las estructuras políticas, económicas y religiosas
tradicionales romanas se comienzan a resquebrajar ya desde finales del siglo II
d.C., tiempos en los que el cristianismo empieza a ganar espacios, apareciendo
con mayor frecuencia y dando muestras de detentar un creciente grado de poder a
partir de las incipientes tendencias de filtración manifestadas por la cultura
cristiana. Sin embargo, la piedra angular de dicha transición aparece por
cuenta del reconocimiento de la búsqueda de una sola religión en el año 313, oficialmente
impulsada por iniciativa del emperador Constantino el Grande.
En verdad, uno de los
principales problemas políticos de Constantino en el manejo de tan amplios
dominios, derivaba del indomable desorden entre los presbíteros que pregonaban todo
tipo de tendencias y en especial, sucedía por cuenta de lo disperso de las
variadas creencias en numerosas deidades, ritos y cultos imperantes.
En una práctica
común, la mayoría de los escritores cristianos tradicionales, luego seguidos
por los modernos, se suprime el análisis de la verdad acerca del desarrollo de
la religión y de alguna manera, se oculta la razón básica de los esfuerzos de
Constantino para refrenar el desacreditado carácter de los presbíteros,
llamados ‘Los Padres de la Iglesia’, pues antiguos archivos revelan la baja
estima en la cual eran tenidos.
En la realidad, ellos
eran:
“...en
su mayoría tipos rústicos que enseñaban extrañas paradojas. Ellos abiertamente
declararon que nadie más que los ignorantes estaban encajados a oír sus
discursos... nunca aparecían en los círculos de los más sabios y la mejor
clase, pero siempre tuvieron cuidado de introducirse entre los ignorantes e
incultos, paseándose entre ellos para hacer trucos en ferias y mercados...
ellos metían sus delgados libros con la grasa de viejas fábulas... y todavía
menos era lo que entendían... y ellos escribían estupideces detrás de velos…y
todavía lo están haciendo, nunca terminan".[1]
Para entonces se
habían desarrollado numerosos grupos de presbíteros "muchos Dioses y
muchos señores" (1 Cor. 8:5) y existían numerosas sectas religiosas,
cada una con doctrinas que diferían (Gal. 1:6). Estos grupos de Presbíteros
estaban en desacuerdo acerca de los atributos de sus varios dioses y
"un altar era puesto en contra de
otro altar", compitiendo por la audiencia. [2]
Desde punto de vista
de Constantino, había varias facciones a las que él necesitaba satisfacer, y
por tanto, comenzó con establecer la propuesta de desarrollar una religión que
abarcara todas las tendencias, con el fin de aplacar aquellas consideradas ‘vivas’
en ese período histórico, en donde primaba la más irreverente confusión general.
Transcurría una edad
de espesa ignorancia, pues nueve décimas partes de los pueblos de Europa eran
iletrados y permanecían colocados en manos de numerosos grupos religiosos con
impulsos desestabilizadores que constituían sólo uno de los tantos problemas de
Constantino.
La generalización dada por infinidad de
historiadores que repiten sin cuestionamiento alguno constituyen una constante,
al repetir sin descanso que Constantino "abrazó
la religión cristiana", y como consecuencia, garantizó la ‘tolerancia
oficial’, resulta por demás ‘contraria a
los hechos históricos y debe ser borrada para siempre de la historia y la
literatura’, [3]
pues simplemente habría que decir que como tal, ‘no había religión
cristiana en el tiempo de Constantino’, mientras la Iglesia reconoce que la
fábula de la ‘conversión y bautismo’ del emperador es completamente legendaria,[4] ya que en realidad Constantino "nunca adquirió un conocimiento
teológico sólido” y por tanto,
"dependía muchísimo de sus consejeros en cuestiones religiosas”. [5]
Apropiadamente, sus consejeros le
advirtieron que ciertos conceptos las religiones manejadas por ciertos
presbíteros eran “sin fundamentos’ y
necesitaban estabilización oficial” (ibíd.).
Según Eusebio (260-339),
Constantino notó que entre las facciones presbiterianas que: "las discordias y desacuerdos se habían
vuelto tan serios, que había necesidad de una vigorosa acción para establecer
un estado más religioso, pero él no podría provocar un arreglo entre las
facciones rivales de Dioses”.
[6]
Es así como aproximadamente cuatro años
antes de presidir el Concilio de Nicea, Constantino quien como se indicó en su
infancia había sido iniciado en la orden religiosa del ‘Sol Invictus’, uno de los dos cultos más lozanos de ese momento, facción
que considera el Sol como el único Dios Supremo, tenía una serie de
antagonismos con la otra creencia primordial de ese momento que era el Mithraismo,
por tanto, Constantino vio en éste confuso sistema de dogmas fragmentados,
la oportunidad de crear una nueva y combinada religión Estatal, partiendo
de un concepto neutral, cobijado bajo la protección legal.
En un primer intento de conciliación,
en el año 324, envió a su consejero religioso, español, Osius de Córdoba, a visitar Alejandría,
con sendas cartas dirigidas a varios obispos, exhortándolos a hacer las paces
entre ellos. La misión falló y Constantino, probablemente a sugerencia del
mismo Osius, emitió un decreto ordenando a todos los presbíteros y a sus
subordinados a la letra que: “Se monten
en asnos, mulas y caballos que pertenecen al público, y viajen a la ciudad de
Nicea", en la provincia romana de Bithynia, en Asia Menor.
Además, se dieron instrucciones precisas en el sentido que trajeran con ellos los más convincentes testimonios de lo que ellos peroraban al populacho, eso sí, ‘encuadernados en cuero’, para darles una debida protección durante las largas jornadas que les esperaban y rendírselos a Constantino a la llegada en Nicea. [7]
En razón de la marcada inclinación dictada por sus creencias, Él pidió a Eusebio que emplazara la primera de las tres sesiones previstas en la fecha del ‘solsticio de verano’, esto es, alrededor del 21 de junio debido a la trascendencia de la época frente a su demostrado culto del Sol. [8]
Así, la primera múltiple reunión
eclesiástica en la historia humana, fue convocada, acontecimiento hoy conocido
como el ‘Concilio Ecuménico de Nicea’, el cual fue oficialmente celebrado desde
del 20 de mayo al 25 de julio del año 325, en la localidad de İznik , luego
referida como Nicea, ciudad de Asia Menor, ubicada en el territorio de la
actual Turquía y de donde surge el nombre de ‘Concilio de Nicea I’.
El foro fue convocado por el emperador
romano Constantino I el Grande, por consejo del obispo Osio de Córdoba, trascendental
evento que proporcionó los más fabulosos detalles sobre los entramados y roles
del pensamiento clerical temprano y que resultó ser el marco de inicio de la
‘confabulación’ de las creencias más dispersas, y donde por ende se presentó un
cuadro muy claro del clima intelectual-dogmático prevaleciente durante ese
tiempo.
Se trató de una asamblea pueril,
con tantas desviaciones a cultos allí representados, hasta el punto que un
total de 318 presbíteros entre obispos, sacerdotes, diáconos, subdiáconos,
acólitos y demás tipos de exorcistas, se reunieron para debatir y elegir un
sistema unificado de creencia, obedeciendo en pleno a la idea primordial de
abarcar un sólo Dios, disculpa y argumentos que luego fueron asumidos con
ventajas por los patriarcas de la Cristiandad.
Como consecuencia de dicha petición,
las escrituras aportadas ascendieron “por
todas, dos mil doscientos treinta y un pergaminos, los cuales contenían
las más detalladas narrativas sobre una serie de legendarios dioses y salvadores, junto con un detallado
registro de las doctrinas y ritos peroradas por todos ellos". [9]
Así las cosas, para éste tiempo
surgen y se recopilan un gran surtido de textos, de esos que hoy son considerados ‘salvajes’ y que
circulaban entre los presbíteros, donde cada uno de ellos se apoyaba en una
gran variedad de dioses, diosas y leyendas, de origen tanto orientales como
occidentales, entre ellos los más connotados: Agni, Aph, Apolo, Aries, Atys,
Baal, Croesus, Durga, Eguptus, Fragapatti, Gade, Gitchens, Hecla Hermes, Huit,
Indra, Jove, Juno, Júpiter, Kriste, Lao, Maximo, Minerva, Minos, Mitra,
Neptuno, Pelides, Phernes, Rhets, Saleno, Saturno, Tauro, Thammus, Theo, Thor,
Thulis, Vulcano. [10]
Por supuesto, la clara intención de
Constantino en Nicea era crear un completo y enteramente nuevo Dios para su
imperio, con el propósito de unir todas las facciones religiosas bajo una sola
deidad e identidad. Se les pidió a los Presbíteros debatir y decidir quién
sería su nuevo Dios. Los versados delegados discutían entre ellos, expresando
los motivos que los abrigaban según sus puntos de vista personales, de lo que
consideraban por su importancia debería ser incluido en escrituras y en su
esfuerzo promovían ciertos rasgos destacados de su propia y especial deidad.
A lo largo de tan movida reunión,
las escaramuzas de las diversas facciones se sumergieron en los más acalorados
debates, al punto que en un momento los nombres de cincuenta y tres deidades
fueron puestos sobre la mesa de discusión.
Pasado un tiempo: "Como todavía, ningún Dios había sido
seleccionado por el concilio, por lo que ellos votaron para determinar esa
materia... Durante un año y cinco meses duró el sorteo...". [11]
Pasado el mencionado lapso,
Constantino regresó a la reunión para descubrir que los presbíteros no habían
llegado a un acuerdo unánime sobre una nueva deidad, aun cuando ya habían
reducido la lista a cinco prospectos: César, Krishna, Mitra, Horus y Zeus. [12]
Constantino quien en su carácter de
‘Emperador’ era reconocido como el Espíritu Gobernante, ya presente en Nicea,
finalmente elige un nuevo Dios para todos. Además lo hace, con la idea de
involucrar las facciones británicas de su más alta estima, por lo tanto, él
decide que se debe dar el nombre al gran Dios tal como lo es el de usanza de
los Druidas: ‘Hesus’, de modo que fuera unido con el del Dios-Salvador Oriental
‘Krishna’, que además era el nombre en Sánscrito asumido para Cristo, y así
nace, ‘Hesus Krishna’ como el apelativo que constituyó el título oficial del
nuevo dios del imperio romano.
Sin embargo, por tratarse de un
concilio, la propuesta fue sometida al voto de la mayoría, cuyas manos
levantadas dieron el resultado que fue 161 votos a favor y 157 en contra, composición
que sirvió para decidir que ambas divinidades se volvieran un solo Dios.
En complemento y siguiendo la
antigua costumbre pagana, Constantino usó el marco de la reunión oficial y
ofició el ‘Decreto de Apoteosis Romano’ para deificar legalmente las dos
deidades como una sola, y lo hizo por medio del uso del mecanismo de consentimiento
democrático.
Un nuevo dios fue proclamado y
‘oficialmente’ y ratificado por Constantino bajo el Acta ‘Concilii Nicaeni’. Ese acto de carácter absolutamente político de
deificación, puso a Hesus-Krishna de una manera eficaz a salvo de cualquier
interpretación, siendo legalmente la nueva figura aceptada entre los Dioses
romanos, ahora con todos los elementos conformados como un compuesto
individual.
Las instrucciones del emperador fueron
claras: "Investiga estos libros, y
cualquier cosa buena en ellos, retenla; pero lo que fuese malo, lánzalo lejos.
Lo que sea bueno en un libro, únelo con lo que sea bueno en otro libro. Y lo
que fuese que sea reunido, será llamado El Libro de Libros. Y será la doctrina
de mi pueblo, que yo recomendaré hacia todas las naciones, que no habrá ninguna
guerra más por causa de las religiones”.[13]
Y dijo Constantino: "Hágales que se asombren", por
tanto, los libros fueron escritos de acuerdo a esa instrucción. [14]
Eusebio amalgamó entonces las
narraciones legendarias de todas las doctrinas religiosas del mundo juntándolos
como unidad, usando los mitos y ritos estándares de cada deidad tomados de los
manuscritos de los presbíteros, así como los temas ejemplarizantes.
Además, procedió
a unir las legendarias historias sobrenaturales de los avatares: Horus, Mitra y
de Krishna con las creencias provenientes de Caldea y Galilea, de tal manera
que eficazmente se unieron las oraciones propias de los presbíteros Orientales
y Occidentales para formar una nueva creencia universal, es más, junto con su
madre Helena, hizo borrar las referencias de la reencarnación del Nuevo
Testamento en el año 325 d.C.
Constantino fielmente
creyó que la nueva colección amalgamada de mitos uniría las diversas variantes
y acercaría las opuestas facciones religiosas bajo una sola historia
representativa, de modo que al mirar la compilación de una manera
desapasionada, se encuentran tal cantidad de similitudes que inclusive para el
observador más desapercibido, resulta imposible que sean simples coincidencias.
Desapasionadamente se pueden ver muchas de ellas y sus estructuras que marcan
sus orígenes y similitudes como se verá más adelante.
“Es muy difícil hacer
compatibles la política y la moral”.
Francis Bacon.
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Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242
Autor: Daniel
García Vanegas
ETIQUETAS: Constantino,
sol invictus, nuevo testamento, Khrisna, Horus, Mitra, Hesus, tradición bizantino,
humanidad, historia, mitología.
[1] Contra Celsum, Origen de Alejandría, c. 251, Bk I, pág. lxvii, pág.,
Bk III, pág.l xliv, passim.
[2] Optatus de Milevis, 1:15, 19, principios del siglo IV.
[3] Enciclopedia católica, Pecci. ed, vol. iii, pág. 299, passim.
[4] Enciclopedia católica, ed Farley., vol. xiv pp. 370-1.
[5] Enciclopedia católica, Nueva Edición, vol. xii ., pág. 576, passim.
[6] Vida de Constantino, op. cit., pp. 26-8.
[7] Diccionario católico, Addis y Arnold, 1917, "Concilio de
Nicea" entrada.
[8] Enciclopedia católica, Nueva Edición, vol. i, pág. 792
[9] La vida de Constantino, op. cit., vol. ii, pág. 73; N&PNF, op.
cit., vol. i, pág. 518.
[10] El Libro de Dios de Eskra, anon., ch. xlviii.
[11] El Libro de Dios de Eskra, traducción Prof. S. L. MacGuire, Salisbury,
1922, capítulo xlviii, párrafos 36, 41.
[12] Historia Ecclesiastica, Eusebius, c. 325.
[13] El Libro de Dios de Eskra, op. cit. Capítulo xlviii, párrafo 31
[14] La vida de Constantino, iv vol., el pp. 36-39.
El nacimiento de un estigma que azota la humanidad...
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