martes, 10 de noviembre de 2015

LA ESTRELLA SIRIO


LA ESTRELLA SIRIO

“Nunca la naturaleza dice una cosa y la sabiduría otra”. Juvenal.

Como un dato relevante, Robert Temple, en su libro “El misterio de Sirio[1], comenta que existe una tribu africana, cerca de Timbuctú en Malí, llamada los Dogones, de quienes se sabe que durante más de setecientos años han poseído una valiosa información que los científicos pretendieron desconocer hasta hace muy pocos lustros, cuando finalmente se logró la comprobación científica por medio de una fuente moderna, a través de la información proveniente de la sistemática exploración efectuada por los satélites espaciales.

Es notable como ya hace siglos, los dogones decían que había otra pequeña estrella que giraba alrededor de Sirio, la cual estaba constituida por el material más pesado que existía en el universo. Sabían además que dicha estrella tarda cincuenta años en completar el curso de su rotación alrededor de Sirio. Se trata de una estrella muy vieja, pero debido a que los astrónomos no lograban verla con sus telescopios, los etnógrafos pensaron que simplemente se trataba de un detalle más, sin mayor valor dentro de la mitología de los dogones.

Más en 1970, un telescopio lanzado al espacio encontró una estrella blanca enana, girando en torno a Sirio, la cual giraba del mismo modo como se había afirmado en el denominado ‘Mito de los Dogones’ y además se concluyó que tal estrella es muy densa. Se calcula que una pulgada cúbica de su materia, puede pesar alrededor de una tonelada. Igual, se precisó también que su órbita tarda unos cincuenta años en hacer su circunvalación y fue entonces cuando recibió el nombre de Sirio B, para diferenciarla de la estrella original, la misma que se rebautizó con el nombre de Sirio A.

Lo increíble es que los dogones saben mucho más acerca Sirio, estrella de la cual además se sabe que es la más brillante del firmamento visible desde la tierra y que se encuentra en la constelación del Can Mayor, situada a la izquierda y justo debajo del cinturón de Orión, a una distancia de alrededor de unos 8,7 años luz desde la tierra, a la cual, como si fuera poco, los antiguos egipcios mostraban una gran veneración al llamarla ‘Estrella del Perro’.

Asimismo vale resaltar que además de los dogones, otros pueblos vecinos como los Bambara, los Bozo de Segu y los Miniaka de Kutiala, comparten desde tiempos inmemoriales una serie de idénticos conocimientos sobre Sirio, reconociéndose hoy que en torno a éste mencionado sistema, gira buena parte de la vida ritual practicada ancestralmente por estas gentes.

Es así como cada cincuenta años y cumpliendo estrictamente con el “Ciclo orbital que realiza Sirio B alrededor de Sirio A, estas tribus celebran sus rituales de renovación, a los que llaman Fiestas ‘Sigui’, en honor a su dios.

‘Tolo’ corresponde al nombre con el que conocen a Sirio A y es por cuenta de dicho motivo que elaboran una serie de complejas máscaras de madera con las cuales celebran la entrada de cada nuevo ciclo, para luego almacenarlas en un lugar sagrado, en donde los arqueólogos han podido encontrar piezas que datan, cuando menos del siglo XV.

Por ende, surge la pregunta: ¿De dónde y cuándo obtuvieron los dogones tantos y tan precisos conocimientos astronómicos?

La referencia surge en 1931 cuando el antropólogo francés Marcel Griaule, visitó por primera vez dicha tribu, descubriendo que en sus tradiciones más sagradas y secretas se hablaba de una estrella compañera de Sirio, a la que llamaban ‘Po Tolo’, de la que sabían que tarda cincuenta años en completar una órbita en torno a Tolo y que además, es extraordinariamente densa, lo que es rigurosamente cierto. Por si esto fuera poco, los dogones sabían de la existencia una tercera estrella a la que llaman Emme Ya, que sin duda corresponde a la recién descubierta Sirio C, de la que ellos dicen: “es cuatro veces más ligera que ‘Po Tolo’ aunque que tarda el mismo tiempo que ésta en completar su órbita alrededor de Sirio A”.


Así, cuando un grupo de científicos visitó la tribu de los dogones para indagar cómo habían logrado tan preciada información, los más viejos de la tribu se limitaron a responder que la habían recibido de seres llegados del cielo en un vehículo volador, agregando que esos seres habían hecho un gran agujero en el suelo, el cual inmediatamente llenaron de agua. Los ocupantes de la nave, que tenían el aspecto de delfines, se lanzaron al agua y tras llegar a tierra hablaron con los dogones. Les contaron que procedían de Sirio y les narraron muchas historias sobre aquella estrella.

Es más, los dogones todavía guardaban una información más increíble. Tienen registrada una imagen visual de los movimientos de Sirio A y Sirio B vistas desde la Tierra, recopiladas durante un periodo de tiempo que va desde 1912 hasta 1990, lo que en su momento coincide con una imagen exacta del lugar donde se encontrarían las dos estrellas visto como como una posición actual. Disponían también de una gran cantidad de información sobre los demás planetas del sistema solar, incluyendo varias lunas.

Un reciente descubrimiento acaecido a principio de los años noventa, concuerda en que Sirio es en realidad un sistema estelar triple, lo que ha levantado una serie de controversias, pues éste evento que la actual astronomía reconoce y que ya era sabido por antiguos pueblos, incluidos los egipcios o la tribu de los dogones en Malí. Sí, lo sabían, al parecer porque un remoto día llegaron unos ‘dioses instructores’ provenientes de ese sistema celeste y les enseñaron al respecto.

La fresca noticia causa sorpresa, en especial a partir del hecho que los investigadores franceses, D. Benest y J.L. Duvent, han publicado los resultados de sus más recientes observaciones que afirman sobre el hecho que Sirio corresponde a un sistema estelar formado por tres estrellas y no por dos, como se aseguraba desde mediados del siglo pasado por la astronomía; su hipótesis se estableció al estudiar con detenimiento las variaciones en la órbita del sistema de Sirio, gracias a la revisión de los registros realizados desde 1862 hasta el presente, lo que derivó en la idea que un tercer cuerpo estelar, estaba involucrado en su recorrido.

Benest y Duvent dedujeron, además, que el nuevo astro denominado Sirio C, corresponde a una enana roja, esto es, a una clase de estrella quinientas veces menos masiva que el Sol y poco brillante, cuyo descubrimiento óptico aún no ha sido plenamente confirmado, pues sería necesario utilizar algunos más potentes telescopios de nueva generación.

Lo sobrecogedor de la noticia es que la existencia de dicho sistema ha sido de sobra reconocida por algunos de los pueblos más antiguos de África, entre ellos los egipcios y los dogones. Estos últimos, quienes actualmente viven en la planicie de Bandiagara, en las montañas Hambori en Mali, veneran desde tiempos inmemoriales el sistema Sirio del que parecen conocer muchos íntimos detalles.

Aquellos conocimientos que Griaule completó durante quince años, fueron además complementados más tarde con otra serie de investigaciones de campo que él mismo realizó, junto a la etnóloga Cermaine Dieterlen y que en su momento fueron consideradas en principio, mitología pura.

No obstante en medios académicos, escépticos como E.C. Krupp, director del Observatorio Criffith de Los Ángeles y uno de los más reconocidos especialistas mundiales en arqueo-astronomía, reconocieron que  además que el conocimiento sobre Sirio de dichos pueblos, era difícil explicar, así como otras apreciaciones  puesto que conocían muy bien desde la antigüedad la composición de los anillos de Saturno o las cuatro lunas galileas de Júpiter, lo cual sólo fue descubierto por Galileo Galilei, gracias a la invención de su primer telescopio, evento sucedido varios siglos después que los dogones ya hablasen de esos fenómenos.

En su momento y para evitar suspicacias, Griaule y Dieterlen prefirieron limitarse a describir aquello que les fue transmitido por los dogon, o jefes de cada pueblo iniciados en el secreto de Sirio, sin entrar a dar una valoración de sus hallazgos. Sin embargo en 1970, fue Cenevieve Calame-Griaule quien publicó un libro que tituló “Génesis Negro”, conteniendo algunas de las notas que su padre Marcel no se atrevió a dar a la luz pública.

En ellas se describe como los dogones creían en un dios hacedor del Universo al que llaman Amma, quien mandó al planeta Tierra a un dios menor, conocido como Nommo, para que sembrara la vida en el ambiente. Tal como describe una de las tradiciones recogidas por Griaule de boca de un dogon llamado Ogotemmeli, Nommo descendió a la Tierra y trajo una gran variedad de semillas de plantas que habían ya crecido en otros campos celestes… Narra igual que después de crear la Tierra, las plantas y los animales, Nommo creó a la primera pareja de humanos, de los que más tarde surgirían ocho ancestros humanos, quienes vivieron durante edades increíbles.

Sobre Nommo, los dogones describen también que se trataba de una criatura anfibia, probablemente parecida al conocido dios babilónico Oannes, quien regresó al cielo en un arca roja como el fuego, después de haber cumplido con su tarea.

Pues bien, con todos estos datos, ya para 1976 el lingüista norteamericano miembro de la Royal Astronomical Society británica, afincado en Londres, Robert K. C. Temple, publicó un osado libro que tituló “El Misterio de Sirio”, en el que se aventuró a decir que Nommo fue un extraterrestre que dejó en la Tierra, hace entre siete y diez mil años, dando toda clase de pistas sobre su origen estelar.

En su obra concluyó Temple: “Cualquier otra interpretación de las citadas pruebas no tendría sentido”. Y quizás no le faltase razón, pues sus argumentos, lejos de haber sido refutados, con el paso del tiempo se ven reforzados por nuevos descubrimientos como la existencia de Sirio C, la cual ya había sido anunciada con antelación, en su obra publicada con más de veinte años de anticipación.

Empero, el conocimiento del sistema triple de Sirio no resulta ser un patrimonio exclusivo de los dogones y de los pueblos vecinos, hecho que obliga a abrir aún más el compás de la supuesta influencia extraterrestre[2] en el pasado.

Fue Sir Norman Lockyer, astrónomo británico fundador de la revista Nature, el primero en darse cuenta que muchos de los templos egipcios estaban alineados con la aparición y desaparición de la estrella Sirio en los cielos, evento que oportunamente sirvió como base para el diseño de uno de los dos calendarios más utilizados en el antiguo Egipto.

El primero de los calendarios cuyo uso fue popular y de escasa complejidad matemática establece la duración del año en 365 días exactos, sin embargo, el calendario basado en el movimiento de Sirio, además de servir para fechar ciertas cuestiones sagradas y dinásticas, se fundamentaba en un compendio de observaciones astronómicas extraordinariamente precisas que establecían la duración del año en 365,25 días, según se deriva del tránsito de la tierra en su órbita solar.

Se comprobó por medio de la observación, cómo muchos de los templos egipcios, estaban orientados hacia el sol naciente, lo que dio pie a que los arqueólogos especulasen con la existencia de una religión solar, además, en sus cotas aparecían flanqueados por dos obeliscos, los que ubicados en un lugar previamente determinado, servían a los sacerdotes para determinar la línea del horizonte por donde salía el sol a lo largo del año, pudiendo marcar así con absoluta precisión el inicio de los solsticios de verano e invierno.

Además, aquel mecanismo de control del Sol, sirvió a los egipcios para comprobar que había un día del año en el que Sirio y el Sol salían exactamente por el mismo punto.

Comprobaron igualmente que cada cuatro años Sirio se retrasaba un día en acudir a su cita, lo que originó el reconocimiento del denominado ‘ciclo de Sirio’ o sóthico, suceso establecido en honor de la diosa Isis o Sothis, cuyo ciclo se cumplía cada 1460 años; es decir, pasado ese lapso de tiempo, tanto el calendario sóthico como el vulgar, volvían a coincidir al inicio de ese específico año nuevo, fenómeno que visto de otra forma se mide al decir que 1460 años X 0,25 días de error equivalen a 365 cuartos de día acumulados.

El uso de dicho calendario sóthico ha permitido fechar con precisión acontecimientos que sucedieron cuarenta y tres siglos antes de Cristo, lo cual demuestra que hace ya más de cuatro mil años los egipcios conocían la existencia y mecánica de dichos ciclos.

Entonces ¿En qué momento hicieron los egipcios sus observaciones sobre Sirio para establecer su calendario? ¿No fue acaso éste un conocimiento llegado de los mismos dioses que enseñaron a los dogones? ¿Existe una nueva pista sobre su origen?

La relación establecida de Sirio con la diosa Isis o ‘Señora de los Dos Fuegos’, al referirse a sus dos estrellas más grandes, A y B, fue confirmada hace ya varias décadas por los estudiosos Otto Neugebauer y Richard Parker. Lo que en realidad nunca supieron interpretar fue la razón presente dentro de la iconografía egipcia, donde  Isis iba a menudo acompañada de las diosas Anukis y Satis, que ahora por cuenta de expresado, pueden entenderse como Sirio B y Sirio C.

 
Otra clave simbólica al respecto, puede tener que ver con Osiris, mitológicamente hermano y compañero de Isis y encarnación de la Tierra, cuyo nombre jeroglífico es representado frecuentemente como un ojo unas veces sobre y otras bajo un trono, lo que se asemeja a la rotación del planeta, y por ende, con todo el sistema solar asociado en torno al fenómeno Sirio. 
No en vano Kant definió a Sirio como “el Sol de nuestro Sol”, hipótesis que llevó a muchos astrónomos decimonónicos a establecer la distancia entre Sirio y la tierra como  una unidad de medida astronómica. Para rematar, los dogones también conocían a Sirio A como la “estrella sentada”. Será ¿Una simple casualidad?

El astro-arqueólogo ruso Vladimir Rubtsov indica que el antiguo vocablo en babilonia que se usaba para referirse a Sirio era Tistrya, palabra que proviene del sánscrito Tri-Stri que significa tres estrellas. Ello significa  que el conocimiento de que Sirio es un sistema estelar triple fue de carácter universal en un remoto pasado. Pero ¿Cómo se supo? Los egipcios posiblemente hicieron evidente esa apreciación en la meseta de Giza, cercana a la ciudad de El Cairo, al construir las tres monumentales pirámides que como testigos mudos, allí permanecen.

Tanto es así, que algunos expertos opinan que la Gran Pirámide más que una tumba, fue en realidad un templo dedicado a Isis, la diosa que encarna a Sirio A, en cuyas dimensiones básicas se encuentran representados una serie de saberes relacionados con la estructura del cosmos.

La ciencia algún día podrá comprobar que las tres pequeñas pirámides satélite que hay junto a la de Keops representan tres planetas junto a Sirio A, al igual que las otras tres pirámides menores que flanquean a Micerinos (Sirio C).

Curiosamente esta disposición no sitúa ninguna pirámide menor junto a Kefrén, quizás en razón de lo que los astrónomos ya saben: el enorme peso gravitacional de Sirio B hace imposible que ningún planeta orbite en torno suyo sin ser fatalmente atraído hacia la estrella en sí.

Frente a esta hipótesis, se ha acuñado otra no menos interesante. En 1994 los investigadores Robert Bauval y Adrian Gilbert hacían público que tres de los cuatro canales de ventilación de la Gran Pirámide fueron orientados en dirección a ciertas estrellas concretas. Así el canal norte de la cámara del Rey miró hacia Alpha Draconis, el canal norte de la cámara de la Reina hacia la estrella más baja del cinturón de Orión una de las tres estrellas centrales de la constelación  y el canal sur de esta misma cámara mira hacia Sirio.

Su particular hallazgo, les llevó a formular su aventurada teoría de la ‘Correlación con Orión’ de la que se desprende que las pirámides de Giza son una réplica exacta del cinturón de Orión y que el Nilo así como el resto de pirámides egipcias, ocupan los lugares correlativos a la Vía Láctea, de modo que refleja la posición de otras estrellas importantes.

Y allí no termina todo, pues la orientación de los canales de la Gran Pirámide, corresponden según Bauval y Gilbert, a la posición en la bóveda de las citadas tres estrellas en específico para el año 2450 a.C., aun cuando la ubicación de las pirámides marca el lugar del cénit que resulta el correspondiente al de Orión en el año 10450 a.C.

Lo que ellos proponen para explicar esta diferencia cronológica es que, si bien la Gran Pirámide fue erigida en el 2450 a.C., perpetuando la falsa tesis arqueológica oficial de que fue construida por Keops, en su lugar conmemoran un acontecimiento remoto que tuvo lugar en el 10450 a.C.

Sin embargo independientemente de cuál de las dos hipótesis para la disposición de las pirámides de Giza es más próxima a la verdad, lo cierto es que la vinculación de Sirio y Orión, al menos desde un punto de vista astronómico, es innegable, pues los egipcios sabían con certeza que Orión se perdía tras el horizonte una hora antes que Sirio, lo que siempre sirvió de referencia para el establecimiento del funcionamiento del mencionado calendario sóthico.

A pesar de toda la evidencia expuesta, los historiadores prefieren seguir ignorando el motivo de la fascinación que ejerció sobre los egipcios y sobre otros pueblos tan alejados de ellos como chinos o dogones la presencia de la estrella Sirio, no obstante que todos los pueblos se esforzaron en aclarar estas dudas por medio de sus templos y mitos: eso sí, coincidiendo en decir que sus ‘dioses instructores’ descendieron un lejano día desde aquel sistema triple y habitaron en comunión con los antepasados terráqueos.

“Es ignorancia no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita”. Aristóteles.

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Fuente: Mi libro: “UN SENDERO A LONTANANZA”.

Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242

Autor: Daniel García Vanegas

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[1] Temple Robert K. G. (1982) El misterio de Sirio. Ed. Martínez Roca
[2] J. Sierra & M. J. Delgado (1995) Revista Año Cero, en: http://www.bibliotecapleyades.net

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