LA ESTRELLA SIRIO
“Nunca la naturaleza
dice una cosa y la sabiduría otra”. Juvenal.
Es notable como ya
hace siglos, los dogones decían que había otra pequeña estrella que giraba
alrededor de Sirio, la cual estaba constituida por el material más pesado que
existía en el universo. Sabían además que dicha estrella tarda cincuenta años
en completar el curso de su rotación alrededor de Sirio. Se trata de una
estrella muy vieja, pero debido a que los astrónomos no lograban verla con sus
telescopios, los etnógrafos pensaron que simplemente se trataba de un detalle
más, sin mayor valor dentro de la mitología de los dogones.
Más en 1970, un
telescopio lanzado al espacio encontró una estrella blanca enana, girando en
torno a Sirio, la cual giraba del mismo modo como se había afirmado en el
denominado ‘Mito de los Dogones’ y además se concluyó que tal estrella es muy
densa. Se calcula que una pulgada cúbica de su materia, puede pesar alrededor
de una tonelada. Igual, se precisó también que su órbita tarda unos cincuenta
años en hacer su circunvalación y fue entonces cuando recibió el nombre de
Sirio B, para diferenciarla de la estrella original, la misma que se rebautizó
con el nombre de Sirio A.
Lo increíble es
que los dogones saben mucho más acerca Sirio, estrella de la cual además se
sabe que es la más brillante del firmamento visible desde la tierra y que se
encuentra en la constelación del Can Mayor, situada a la izquierda y justo debajo
del cinturón de Orión, a una distancia de alrededor de unos 8,7 años luz desde
la tierra, a la cual, como si fuera poco, los antiguos egipcios mostraban una
gran veneración al llamarla ‘Estrella del Perro’.
Asimismo vale
resaltar que además de los dogones, otros pueblos vecinos como los Bambara, los
Bozo de Segu y los Miniaka de Kutiala, comparten desde tiempos inmemoriales una
serie de idénticos conocimientos sobre Sirio, reconociéndose hoy que en torno a
éste mencionado sistema, gira buena parte de la vida ritual practicada
ancestralmente por estas gentes.
Es así como cada
cincuenta años y cumpliendo estrictamente con el “Ciclo orbital que realiza
Sirio B alrededor de Sirio A, estas tribus celebran sus rituales de renovación,
a los que llaman Fiestas ‘Sigui’, en honor a su dios.
‘Tolo’
corresponde al nombre con el que conocen a Sirio A y es por cuenta de dicho
motivo que elaboran una serie de complejas máscaras de madera con las cuales
celebran la entrada de cada nuevo ciclo, para luego almacenarlas en un lugar
sagrado, en donde los arqueólogos han podido encontrar piezas que datan, cuando
menos del siglo XV.
Por ende, surge
la pregunta: ¿De dónde y cuándo obtuvieron los dogones tantos y tan precisos
conocimientos astronómicos?
La referencia
surge en 1931 cuando el antropólogo francés Marcel Griaule, visitó por primera
vez dicha tribu, descubriendo que en sus tradiciones más sagradas y secretas se
hablaba de una estrella compañera de Sirio, a la que llamaban ‘Po Tolo’, de la que sabían que tarda
cincuenta años en completar una órbita en torno a Tolo y que además, es extraordinariamente densa, lo que es
rigurosamente cierto. Por si esto fuera poco, los dogones sabían de la
existencia una tercera estrella a la que llaman Emme Ya, que sin duda corresponde a la recién descubierta Sirio C,
de la que ellos dicen: “es cuatro veces más ligera que ‘Po Tolo’ aunque
que tarda el mismo tiempo que ésta en completar su órbita alrededor de Sirio A”.
Es más, los
dogones todavía guardaban una información más increíble. Tienen registrada una
imagen visual de los movimientos de Sirio A y Sirio B vistas desde la Tierra, recopiladas
durante un periodo de tiempo que va desde 1912 hasta 1990, lo que en su momento
coincide con una imagen exacta del lugar donde se encontrarían las dos
estrellas visto como como una posición actual. Disponían también de una gran
cantidad de información sobre los demás planetas del sistema solar, incluyendo
varias lunas.
Un reciente
descubrimiento acaecido a principio de los años noventa, concuerda en que Sirio
es en realidad un sistema estelar triple, lo que ha levantado una serie de
controversias, pues éste evento que la actual astronomía reconoce y que ya era
sabido por antiguos pueblos, incluidos los egipcios o la tribu de los dogones
en Malí. Sí, lo sabían, al parecer porque un remoto día llegaron unos ‘dioses
instructores’ provenientes de ese sistema celeste y les enseñaron al respecto.
La fresca
noticia causa sorpresa, en especial a partir del hecho que los investigadores
franceses, D. Benest y J.L. Duvent, han publicado los resultados de sus más
recientes observaciones que afirman sobre el hecho que Sirio corresponde a un
sistema estelar formado por tres estrellas y no por dos, como se aseguraba
desde mediados del siglo pasado por la astronomía; su hipótesis se estableció
al estudiar con detenimiento las variaciones en la órbita del sistema de Sirio,
gracias a la revisión de los registros realizados desde 1862 hasta el presente,
lo que derivó en la idea que un tercer cuerpo estelar, estaba involucrado en su
recorrido.
Benest y Duvent
dedujeron, además, que el nuevo astro denominado Sirio C, corresponde a una
enana roja, esto es, a una clase de estrella quinientas veces menos masiva que
el Sol y poco brillante, cuyo descubrimiento óptico aún no ha sido plenamente confirmado,
pues sería necesario utilizar algunos más potentes telescopios de nueva
generación.
Lo sobrecogedor
de la noticia es que la existencia de dicho sistema ha sido de sobra reconocida
por algunos de los pueblos más antiguos de África, entre ellos los egipcios y
los dogones. Estos últimos, quienes actualmente viven en la planicie de
Bandiagara, en las montañas Hambori en Mali, veneran desde tiempos inmemoriales
el sistema Sirio del que parecen conocer muchos íntimos detalles.
Aquellos
conocimientos que Griaule completó durante quince años, fueron además complementados
más tarde con otra serie de investigaciones de campo que él mismo realizó,
junto a la etnóloga Cermaine Dieterlen y que en su momento fueron consideradas
en principio, mitología pura.
No obstante en
medios académicos, escépticos como E.C. Krupp, director del Observatorio Criffith
de Los Ángeles y uno de los más reconocidos especialistas mundiales en
arqueo-astronomía, reconocieron que
además que el conocimiento sobre Sirio de dichos pueblos, era difícil
explicar, así como otras apreciaciones
puesto que conocían muy bien desde la antigüedad la composición de los
anillos de Saturno o las cuatro lunas galileas de Júpiter, lo cual sólo fue
descubierto por Galileo Galilei, gracias a la invención de su primer
telescopio, evento sucedido varios siglos después que los dogones ya hablasen
de esos fenómenos.
En su momento y
para evitar suspicacias, Griaule y Dieterlen prefirieron limitarse a describir
aquello que les fue transmitido por los dogon, o jefes de cada pueblo iniciados
en el secreto de Sirio, sin entrar a dar una valoración de sus hallazgos. Sin
embargo en 1970, fue Cenevieve Calame-Griaule quien publicó un libro que tituló
“Génesis Negro”, conteniendo algunas
de las notas que su padre Marcel no se atrevió a dar a la luz pública.
En ellas se
describe como los dogones creían en un dios hacedor del Universo al que llaman Amma, quien mandó al planeta Tierra a un
dios menor, conocido como Nommo, para
que sembrara la vida en el ambiente. Tal como describe una de las tradiciones
recogidas por Griaule de boca de un dogon llamado Ogotemmeli, Nommo descendió a la Tierra y trajo una
gran variedad de semillas de plantas que habían ya crecido en otros campos
celestes… Narra igual que después de crear la Tierra, las plantas y los
animales, Nommo creó a la primera
pareja de humanos, de los que más tarde surgirían ocho ancestros humanos,
quienes vivieron durante edades increíbles.
Sobre Nommo, los dogones describen también que
se trataba de una criatura anfibia, probablemente parecida al conocido dios
babilónico Oannes, quien regresó al cielo en un arca roja como el fuego,
después de haber cumplido con su tarea.
Pues bien, con
todos estos datos, ya para 1976 el lingüista norteamericano miembro de la Royal Astronomical Society británica,
afincado en Londres, Robert K. C. Temple, publicó un osado libro que tituló “El Misterio de Sirio”, en el que se
aventuró a decir que Nommo fue un extraterrestre
que dejó en la Tierra, hace entre siete y diez mil años, dando toda clase de
pistas sobre su origen estelar.
En
su obra concluyó Temple:
“Cualquier otra interpretación de las citadas pruebas no tendría sentido”.
Y quizás no le faltase razón, pues sus argumentos, lejos de haber sido
refutados, con el paso del tiempo se ven reforzados por nuevos descubrimientos
como la existencia de Sirio C, la cual ya había sido anunciada con antelación,
en su obra publicada con más de veinte años de anticipación.
Empero, el
conocimiento del sistema triple de Sirio no resulta ser un patrimonio exclusivo
de los dogones y de los pueblos vecinos, hecho que obliga a abrir aún más el
compás de la supuesta influencia extraterrestre[2] en
el pasado.
Fue Sir Norman
Lockyer, astrónomo británico fundador de la revista Nature, el primero en darse cuenta que muchos de los templos
egipcios estaban alineados con la aparición y desaparición de la estrella Sirio
en los cielos, evento que oportunamente sirvió como base para el diseño de uno
de los dos calendarios más utilizados en el antiguo Egipto.
El primero de los
calendarios cuyo uso fue popular y de escasa complejidad matemática establece
la duración del año en 365 días exactos, sin embargo, el calendario basado en
el movimiento de Sirio, además de servir para fechar ciertas cuestiones
sagradas y dinásticas, se fundamentaba en un compendio de observaciones
astronómicas extraordinariamente precisas que establecían la duración del año
en 365,25 días, según se deriva del tránsito de la tierra en su órbita solar.
Se comprobó por
medio de la observación, cómo muchos de los templos egipcios, estaban
orientados hacia el sol naciente, lo que dio pie a que los arqueólogos
especulasen con la existencia de una religión solar, además, en sus cotas aparecían
flanqueados por dos obeliscos, los que ubicados en un lugar previamente
determinado, servían a los sacerdotes para determinar la línea del horizonte
por donde salía el sol a lo largo del año, pudiendo marcar así con absoluta precisión
el inicio de los solsticios de verano e invierno.
Además, aquel
mecanismo de control del Sol, sirvió a los egipcios para comprobar que había un
día del año en el que Sirio y el Sol salían exactamente por el mismo punto.
Comprobaron
igualmente que cada cuatro años Sirio se retrasaba un día en acudir a su cita,
lo que originó el reconocimiento del denominado ‘ciclo de Sirio’ o sóthico,
suceso establecido en honor de la diosa Isis o Sothis, cuyo ciclo se cumplía
cada 1460 años; es decir, pasado ese lapso de tiempo, tanto el calendario
sóthico como el vulgar, volvían a coincidir al inicio de ese específico año
nuevo, fenómeno que visto de otra forma se mide al decir que 1460 años X 0,25
días de error equivalen a 365 cuartos de día acumulados.
El uso de dicho
calendario sóthico ha permitido fechar con precisión acontecimientos que
sucedieron cuarenta y tres siglos antes de Cristo, lo cual demuestra que hace
ya más de cuatro mil años los egipcios conocían la existencia y mecánica de dichos
ciclos.
Entonces ¿En qué
momento hicieron los egipcios sus observaciones sobre Sirio para establecer su
calendario? ¿No fue acaso éste un conocimiento llegado de los mismos dioses que
enseñaron a los dogones? ¿Existe una nueva pista sobre su origen?
La relación
establecida de Sirio con la diosa Isis o ‘Señora de los Dos Fuegos’, al
referirse a sus dos estrellas más grandes, A y B, fue confirmada hace ya varias
décadas por los estudiosos Otto Neugebauer y Richard Parker. Lo que en realidad
nunca supieron interpretar fue la razón presente dentro de la iconografía
egipcia, donde Isis iba a menudo
acompañada de las diosas Anukis y Satis, que ahora por cuenta de expresado,
pueden entenderse como Sirio B y Sirio C.
Otra clave
simbólica al respecto, puede tener que ver con Osiris, mitológicamente hermano
y compañero de Isis y encarnación de la Tierra, cuyo nombre jeroglífico es
representado frecuentemente como un ojo unas veces sobre y otras bajo un trono,
lo que se asemeja a la rotación del planeta, y por ende, con todo el sistema
solar asociado en torno al fenómeno Sirio.
No en vano Kant
definió a Sirio como “el Sol de nuestro
Sol”, hipótesis que llevó a muchos astrónomos decimonónicos a establecer la
distancia entre Sirio y la tierra como
una unidad de medida astronómica. Para rematar, los dogones también
conocían a Sirio A como la “estrella
sentada”. Será ¿Una simple casualidad?
El
astro-arqueólogo ruso Vladimir Rubtsov indica que el antiguo vocablo en
babilonia que se usaba para referirse a Sirio era Tistrya, palabra que proviene del sánscrito Tri-Stri que significa tres estrellas. Ello significa que el conocimiento de que Sirio es un
sistema estelar triple fue de carácter universal en un remoto pasado. Pero
¿Cómo se supo? Los egipcios posiblemente hicieron evidente esa apreciación en
la meseta de Giza, cercana a la ciudad de El Cairo, al construir las tres
monumentales pirámides que como testigos mudos, allí permanecen.
Tanto es así,
que algunos expertos opinan que la Gran Pirámide más que una tumba, fue en
realidad un templo dedicado a Isis, la diosa que encarna a Sirio A, en cuyas
dimensiones básicas se encuentran representados una serie de saberes
relacionados con la estructura del cosmos.
La ciencia algún
día podrá comprobar que las tres pequeñas pirámides satélite que hay junto a la
de Keops representan tres planetas junto a Sirio A, al igual que las otras tres
pirámides menores que flanquean a Micerinos (Sirio C).
Curiosamente
esta disposición no sitúa ninguna pirámide menor junto a Kefrén, quizás en
razón de lo que los astrónomos ya saben: el enorme peso gravitacional de Sirio
B hace imposible que ningún planeta orbite en torno suyo sin ser fatalmente
atraído hacia la estrella en sí.
Frente a esta
hipótesis, se ha acuñado otra no menos interesante. En 1994 los investigadores
Robert Bauval y Adrian Gilbert hacían público que tres de los cuatro canales de
ventilación de la Gran Pirámide fueron orientados en dirección a ciertas estrellas
concretas. Así el canal norte de la cámara del Rey miró hacia Alpha Draconis,
el canal norte de la cámara de la Reina hacia la estrella más baja del cinturón
de Orión una de las tres estrellas centrales de la constelación y el canal sur de esta misma cámara mira
hacia Sirio.
Su particular
hallazgo, les llevó a formular su aventurada teoría de la ‘Correlación con
Orión’ de la que se desprende que las pirámides de Giza son una réplica exacta
del cinturón de Orión y que el Nilo así como el resto de pirámides egipcias,
ocupan los lugares correlativos a la Vía Láctea, de modo que refleja la
posición de otras estrellas importantes.
Y allí no
termina todo, pues la orientación de los canales de la Gran Pirámide, corresponden
según Bauval y Gilbert, a la posición en la bóveda de las citadas tres estrellas
en específico para el año 2450 a.C., aun cuando la ubicación de las pirámides
marca el lugar del cénit que resulta el correspondiente al de Orión en el año 10450
a.C.
Lo que ellos
proponen para explicar esta diferencia cronológica es que, si bien la Gran
Pirámide fue erigida en el 2450 a.C., perpetuando la falsa tesis arqueológica
oficial de que fue construida por Keops, en su lugar conmemoran un
acontecimiento remoto que tuvo lugar en el 10450 a.C.
Sin embargo
independientemente de cuál de las dos hipótesis para la disposición de las
pirámides de Giza es más próxima a la verdad, lo cierto es que la vinculación
de Sirio y Orión, al menos desde un punto de vista astronómico, es innegable,
pues los egipcios sabían con certeza que Orión se perdía tras el horizonte una
hora antes que Sirio, lo que siempre sirvió de referencia para el
establecimiento del funcionamiento del mencionado calendario sóthico.
A pesar de toda
la evidencia expuesta, los historiadores prefieren seguir ignorando el motivo
de la fascinación que ejerció sobre los egipcios y sobre otros pueblos tan
alejados de ellos como chinos o dogones la presencia de la estrella Sirio, no
obstante que todos los pueblos se esforzaron en aclarar estas dudas por medio
de sus templos y mitos: eso sí, coincidiendo en decir que sus ‘dioses
instructores’ descendieron un lejano día desde aquel sistema triple y habitaron
en comunión con los antepasados terráqueos.
“Es ignorancia no saber
distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita”.
Aristóteles.
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Registro de Propiedad Intelectual DNDA: 10-427-242
Autor: Daniel
García Vanegas
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